LA DOBLE MORAL DE LOS NAYARITAS

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LA DOBLE MORAL DE LOS NAYARITAS
Por Edgar Flores Amador

Un día sí y el otro también, la violencia no cesa, se recrudece y el estado sangra. Sangran las calles y avenidas por donde transitamos todos los días al trabajo, la casa o la escuela. Sangran las esquinas donde miles esperan abordar el transporte público. Sangran los parques en donde juegan, por las tardes, nuestros hijos. Sangran los puentes y las carreteras. Sangran rincones donde alguna vez pasamos, comimos y disfrutamos. Sangra la inversión nacional y extranjera, la economía. Sangran las redes sociales a través de las pantallas de los celulares y televisiones con contenido explícito -advierten-. Sangran la tranquilidad, el sueño, la paz, y sangra la tierra que alberga en ella pedazos, fragmentos, restos.
Esta es una sociedad en la que muchos nayaritas queremos, anhelamos seguridad, exigimos una policía honesta, procuramos un solo código de ética -si bien nadie somos perfectos- seguro, convencido estoy que aún hay miles de ciudadanos dispuestos a cumplir con la ley. Queremos políticos a la altura de las circunstancias, lejos de lamentos, reparto de culpas y condena pública al pasado, que solo nos llevan o conducen a un laberinto sin salida, en lugar de ello una conciencia del presente para vislumbrar el futuro. Esperamos mayor número de empleos porque sabemos trabajar desde muy temprano y hasta caer la noche en beneficio de nuestra gente y por ello esperamos una justa retribución, solidarios con los connacionales nos indignan no pocos aspectos de la reforma migratoria en Estados Unidos y nos ofende y avergüenza profundamente el contexto del muro que pretende dividirnos, porque allá, del ‘otro lado’, más de alguno tenemos un familiar, un amigo, un conocido, un mexicano, un nayarita y porque sabemos lo que en esencia, verdaderamente la mayoría, representamos.
Y, muy personalmente hablando, quiero una mujer como la que tengo, porque así lo he buscado. Una esposa con la que puedo compartir un proyecto de vida y la única flexibilidad que deseo de la vecina, es que comprenda que no debe estacionarse en mi cochera.
Así las cosas en la entidad. Ojalá el duro juicio social de algunos que gobiernan se tradujera en resultados palpables, visibles en una comunidad azotada por la barbarie.
Cierto, no es la moral de todos, pero de que los hay los hay y aunque desgastado cliché, no ha perdido sentido. Los buenos somos más.