EL ULULAR LASTIMERO DE LAS AMBULANCIAS POR EL DESCARRILAMIENTO DEL TREN BALA

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CLASIFICACIÓN “A”
11 DE JULIO DE 1982, EL ULULAR LASTIMERO DE LAS AMBULANCIAS POR EL DESCARRILAMIENTO DEL TREN BALA, Enrique Escanio Andrade

Ese día, antes de esparcirse la fatal noticia ya se sentía el ambiente tenso, con olor a muerte y cuando la ciudad fue informada de lo acontecido, se crisparon los nervios, empezó el lastimero ulular de las ambulancias que en su veloz recorrido parecieran expresar un dolor profundo; y lloraban. El descarrilamiento del tren bala que procedía de Nogales, Sonora, y que enlutó a muchas familias y dejó en los sobrevivientes recuerdos que con frecuencia se reviven, se registró cerca de Tepic, en el punto conocido como Roseta.
Entre ayes de dolor y gritos desesperados de auxilio, Manuel Enrique, que contaba entonces con 10 años de edad; su mamá, hermanos y primos, recordaban que abordaron el tren en Mazatlán, Sinaloa, el pequeño Manuel le dijo a su prima Carmelita, de la misma edad, que presentía: “QUE ALGO MALO NOS VA A PASAR”, y mientras iban en busca de asientos desocupados su mamá exclamó: “Si quieren nos bajamos”, pero como en ese momento lloviznaba vacilaron en hacerlo y cuando tomaron la decisión de descender, el tren había iniciado su marcha. Decidieron recorrerse dos carros hacía atrás con el fin de encontrar mejor acomodo. Para ellos ya todo transcurría normal hasta el niño Manuel Enrique que con la plática de sus hermanos y primos, logró olvidar sus presuntas premoniciones, sus presentimientos.
Después de haber recorrido gran parte del trayecto y pasar por Ruiz, los que tenían como punto final Tepic, les afloraban los ánimos alegres, pues ya rato que estaban en tierras nayaritas. El tren continuaba su recorrido, y los pasajeros sentían el viento acariciante de bienvenida que nos da el terruño, el paisaje que con el suave vaivén de los árboles, los sembradíos y la maleza con sus diversos matices cómo que si al identificarnos nos saludaran al pasar. Todos esperaban con ansías ver al majestuoso Sangangüey fiel guardián del Valle del Matatipac. Pero eso, ese día no llegó.
De pronto se escucha el rechinar de los rieles, los estrepitosos golpes de los carros entre sí, la desesperación de la gente. Quienes estaban en los baños, como fue el caso de mi hija Ana Isabel, gritaban desesperados porque las puertas se atoraban, los adultos abrazaban con fuerza a los niños, el asirse con fuerza en los asientos etc. Después… más rechinidos golpes y finalmente ¡silencio! Para luego ver el dantesco panorama, los ayes de dolor, los gritos desesperados de la niña que preguntaba por su mamá; el niño que ya no gritaba, solo ahogaba su llanto ante la presencia inerte de su abuelita y los gritos de ¡SÁQUENME DE AQUÍ POR FAVOR! ¡AY DIOS MIO…!
Juan que así se había presentado con su compañera de viaje quien con entusiasmada charla, ella le confesó que pronto se casaría, que su futuro esposo la esperaba en su Estado de residencia. Al momento del suceso, él perdió el conocimiento y al despertar y estar los asientos desubicados, le pregunta a su compañera que con su propia ropa tiene cubierto el rostro, qué si estaba bien. No obtuvo respuesta y lentamente le descubrió la cara y vio con horror que estaba decapitada. Y la joven señora que en su vientre llevaba el fruto de su amor, se preocupaba el ver cómo sangraba su esposo por las graves heridas que presentaba, ella también aunque consiente también estaba herida. Y aquella muchacha que en su intento por pasar de un carro a otro para adquirir refrescos en el momento del suceso; quedó prensada.
Fui testigo de la señora que entre gritos de dolor se percató que estaba mutilada de su brazo izquierdo. La vi cuando la subieron a una de las ambulancias en tanto su marido entre llanto y desesperación buscaba inútilmente la extremidad.
Y qué pasaría con Antonio, que venía feliz “del norte” después de haber trabajado arduamente y con dinero ahorrado regresaba entusiasmado, ansioso por ver a sus seres queridos y sorprenderlos con regalos y su presencia, No llegó, sus familiares jamás sabrán de él
Todo era horrible. Los que estaban ilesos daban gracias a Dios y auxiliaban en lo que podían a los demás, hacían girones de la ropa para vendar a los heridos, nerviosos, desesperados; inclusive como pasaban las horas la sed los envolvía, principalmente a los niños. Se tuvo que agarrar agua de un contaminado arroyo, procurando colarla con lo que se podía. Unos señores al borde del arroyo hicieron un hoyo del que brotó agua y esperaron a que se asentara y de ese contenido daban a los pequeños para paliar su llanto.
Y los que estaban muertos o heridos; pues era la voluntad de Dios. Naturalmente que el principal responsable de este fatídico accidente lo fue Ferrocarriles Nacionales por su equipo chatarra que no recibía revisiones y cambios importantes. El entonces director de la Empresa, el señor Gómez Z., le fue fácil expresar desde la ciudad de México que el deterioro de la vía fue ocasionado por una tromba que azotó momentos antes del accidente, que fácil ¿Verdad? El entonces superintendente en Tepic, indicó que desde hacía ocho años no se habían hecho cambios concretos y sustanciales en los tramos de las vías. Gómez Z., indicó que en marzo todo estaba bien y agregó que como indemnización a los deudos se les entregarían cien mil pesos.
Yo, como muchas personas corríamos de la estación del Ferrocarril a la Cruz Roja, al Seguro Social y demás hospitales en busca de nuestros familiares que viajaban en ese tren. Mi desesperación era tal que se percataron jóvenes de las brigadas de rescate y se ofrecieron llevarme al lugar denominado “El Corte”, en donde se recibían muertos y heridos que luego las ambulancias los trasladaba a los diversos hospitales de la ciudad. Mi gente no la encontraba por ningún lado. Siendo ya de noche, se dio la orden de que en un convoy trasladaría al resto de las personas a la estación del ferrocarril. Siguiendo las instrucciones, los que esperábamos saber de nuestros familiares nos trasladamos a Tepic, nuevamente una ambulancia me trasladó.
Llegamos a la estación del Ferrocarril, muchas personas nos tronábamos los dedos de las manos, todos nerviosos. Posteriormente hace su arribo el tren con personas ilesas, muertos y heridos, busco a través de las ventanillas a mi familia y de pronto aparece el rostro de mi esposa, luego mi hijo Manuel Enrique y mis otros tres hijos y los sobrinitos que nos visitaban de Nogales Sonora; al localizarme me hicieron señales con las manos y me salieron fuerzas para correr a su encuentro con lágrimas a punto de brotar de mis ojos. A mí, que en mi niñez llorar estaba prohibido pues con insistencia me decían que los hombres no lloran, ese día rompí la regla y seguiré cuantas veces sea necesario exteriorizando ese sentimiento tan propio de los seres humanos. A mi familia le valió el haberse recorrido unos carros para encontrar lugares cuando iniciaron el recorrido, pues lo más lamentable se registró en los primeros carros.
Como testigo del traslado de muertos y heridos del lugar del accidente a los hospitales de la ciudad, y con oído atento a quien relataban la cruel experiencia sufrida a bordo del tren bala procedente del Norte del País, y lo que posteriormente me platicaron mis familiares, hago el relato, imaginando los planes que cada quien llevaba en su mente al llegar a su destino.

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