LA GENTE NO ENCUENTRA EN EL GOBIERNO LA ESPERANZA EN EL PORVENIR

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EL PESO DEL DINERO
Manuel Aguilera Gómez

“No se cómo hacerle. En la Secretaría donde trabajo me pusieron a preparar un proyecto de Informe Anual para entregarlo tan pronto como inmediato a la Secretaría de Gobernación –creo– la encargada de hacerla llegar a la oficina presidencial encomendada de formular la presentación del informe presidencial que será entregado al Congreso el día primero de septiembre”. Con el rostro angustiado me confesaba que le daba vergüenza pero prácticamente era insulso el contenido de los informes parciales proporcionados, hasta ahora, por las dependencias integrantes del sector donde estaba adscrito.
En las oficinas públicas federales impera una especie de mandato: es preciso ofrecer buenas noticias al Presidente porque está anímicamente muy decaído, porque las desgracias nacionales lo persiguen. Como si se tratará de acontecimientos cronométricamente ordenados, día tras día, aparecen nuevas informaciones destinadas contribuir al clima de desaliento imperante en la sociedad mexicana. En las semanas recientes ocuparon el interés público las informaciones concernientes al robo de gasolinas extraídas ilegalmente de los ductos de Pemex. Nada nuevo: pillaje cometido desde hace varios años, ultraje exhibido con descaro mediante la venta clandestina de carburante robado a las orillas de la autopista Puebla-Orizaba. Ahora el mundo noticioso está trastornado por asesinatos de periodistas en diversas ciudades, que se acumulan a los perpetrados anteriormente, sin respuesta por parte de las autoridades responsables de su esclarecimiento. La macabra impunidad.
El gobierno reconoce esa realidad criminal pero insiste en la falta de objetividad de los medios y, sobre todo, subraya la ausencia de información positiva acerca de las tareas gubernamentales. Desde la época en la que el señor Vicente Fox estuvo formalmente a cargo del Poder Ejecutivo Federal se acuñó una frase exculpatoria: “las buenas noticias también son noticia”, alusiva a que los medios sólo se ocupaban de difundir las informaciones negativas al amparo del mezquino argumento de que las malas noticias alientan la circulación periodística mientras las buenas despiertan poco interés en los lectores. Hoy se ha acuñado oficialmente otro slogan similar: “Las buenas noticias también cuentan y deben contarse.”
Me temo que el problema es otro. Los hechos no pueden ignorarse ni ocultarse. En el caso de la gasolina comercializada por los “huachicoleros” era una actividad realizada con la complicidad de las autoridades locales; una práctica ilegal tolerada por los órganos gubernamentales. El asesinato de periodistas forma parte de la cruenta cotidianidad criminal, gracias a la impunidad atribuible a la incompetencia –y también complicidad– de los órganos policiales. La semana próxima aparecerá, con seguridad, otra expresión dolorosa y escandalosa de la realidad social mexicana y será atribuida, de nueva cuenta, a la pasividad del gobierno. Es inevitable.
El gobierno se queja de la indiferencia social respecto a las obras. No es un acto de insensibilidad sino de justipreciación. Que bueno que se inauguren aunque sean dos veces tramos carreteros: siendo importantes, son obras secundarias frente a la preocupación colectiva por la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la incertidumbre hacia el porvenir. Cuidadosamente preparados para su difusión televisiva, los actos simbólicos donde aparece el Presidente Peña acompañado por reducidos grupos de personas versadas en mostrar su alegría, no suplen la realidad, simplemente la enmascaran.
Gobernar a un país de la extensión geográfica, de la dimensión demográfica y de la composición pluricultural de México, vecino geográfico del país más poderoso de la Tierra, no es una tarea sencilla. Entraña complejidades a menudo inimaginables para quienes confiaban en que sería un baile en Versalles. Si bien los mexicanos estamos obligados a respetar nuestras instituciones, entre ellas la presidencial, es preciso cautelar que el respeto degenere en indiferencia. Tomada de la mano de la simulación, ambas son las más perversas de las actitudes cívicas.
Nunca ha sido ocioso recomendar a los gobernantes escuchar el clamor popular, los sentimientos de una Patria agraviada, celosa de sus tradiciones, maliciosa de engaños y dolida por la venta del patrimonio nacional. Un pueblo a menudo embaucado pero siempre esperanzado en su gobierno como guía fundamental de su destino. Aquí es donde radica el origen de nuestras desventuras actuales: la gente no encuentra en el gobierno la esperanza en el porvenir.
Manuel.aguilera.gomez@gmail.com