POBREZA QUE MATA

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POBREZA QUE MATA
Por Edgar Flores Amador/Censura!

Miguel Ángel nació con severa pobreza que terminó por arrebatarle la vida a los 5 años, aunada a una afección cardiaca que padecía de nacimiento. Con origen en un hogar lleno de carencias como el de poco más de 12 millones de mexicanos, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI); pobreza que la misma Ley General de Desarrollo Social declara como multidimensional, esa en la que falta todo y de todo como ingreso digno o al menos suficiente, acceso a la educación, servicios de salud, seguridad social, alimentación, calidad y espacios de la vivienda y servicios básicos de la misma.
En una terminal de autobuses, su joven madre, con poca instrucción y necesidad de sobra, solo pudo hacer lo primero que según sus posibilidades cruzó por su mente, una vez cierta de que al pequeño se le había ido la vida: envolverlo entre cobijas y bolsas plásticas transparentes que tal vez encontró por ahí, pidió prestadas o traía consigo, así, sin más ni más después de no haber podido llegar a tiempo para recibir atención médica.
¿Qué podría aquella mujer haber hecho con el muy posible salario mínimo que se percibía y con el que sobreviven muchas personas a diario? La respuesta se antoja simple; lo que hizo. Detenida e interrogada por las autoridades del lugar y en compañía de quien dijo ser su pareja sentimental, mantenía entre sus brazos el cadáver abrigado de su hijo; ¿sus respuestas? al parecer sinceras según lo corroboró la Procuraduría capitalina a través de la autopsia realizada: infarto y ataque epiléptico; ¿su destino? el sencillo funeral improvisado dadas las circunstancias, en alguna localidad del estado de Puebla, rodeados de los suyos para dar el último adiós a quien no tuvo oportunidad de mucho, ni siquiera de una muerte digna.
La foto que circuló en medios, aun me perturba e impacta, principalmente por el semblante resignado de una mujer cuyo único y probable delito fue la ignorancia y la precariedad.
Esta noticia del centro del país estremeció la opinión pública esta semana, precisamente agitada por los destapes y renuncias de altos funcionarios, una danza mediática de la que somos oprobiosos testigos cada seis años. Una nota que llega, indigna y se pierde entre tantas otras historias que a los ojos de muchos parecieran una mezcla de ficción y horror, una pesadilla que debe obligarnos a despertar.