CUENTOS

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La causa

Por Jorge Contreras Flores

No tengo porqué pasar por alto mi alta formación en el mundo de la convivencia, vivo un aislamiento social muy intenso. Es decir: el contacto que tuve con la gente del entorno vecinal o familiar es muy limitado.

A los como yo, nadie se acerca a abrazarlos, nadie habla con nosotros. La gente que me rodeaba era muy elocuente, fuí el único familiar que en su cumpleaños recibía un apretón de manos.

El ambiente escolar era patético, mientras en el libro de texto gratuito se veía una maestra involucrada con sus alumnos, en la vida real era un ambiente hostil.

Supe mi nombre completo al entrar a la secundaria y tuve acceso a mi acta de nacimiento, siendo la primera vez que supe que era hijo de una señora que no había conocido. Noté como que esperaban una reacción de mi parte, pero nunca pregunté de quién se trataba la desconocida, pero entonces fui prodigado con denuesto y el fatal futuro que sería peor.

En los festejos se me brindó la confianza de que me sirviera de las cazuelas lo que gustara. Era la mejor forma de mantenerme a distancia. Se me hizo costumbre y no agravio, me permitió la autosuficiencia.

Al crecer mi entorno se dividía en dos segmentos muy marcados: los mariguanos y los que usaban solventes. Para sorpresa yo era el revisado, cateado y olido. No me ocurrió más que jugar a las cebollitas con unas vecinas para no quedar en sospecha.

Al tiempo me hice inmune y cuando recibí advertencias sobre los riesgos sexuales, ya tenía dos nudos a babor de avanzada.

Ya al tiempo era un profesional de la no convivencia y logré ser extraño en todos lados. Duré 18 años sin ir a la casa paterna y hasta 35 en otras casas.

No tengo muchas evidencias de actos sociales, tengo mucho que leer.

17/03/2021